15 agosto, 2007

II Guerra Mundial

Hoy hace 62 años que finalizó la II Guerra Mundial. No me he dado cuenta hasta que he entrado en una página española sobre Japón. Me parece una fecha importante, no se si se le ha dado importancia en las noticias, porque no las he visto, pero a mí me parece fundamental. Medio mundo cambió con esa guerra, sobre todo Japón. Hoy han hecho un acto público en Tokio para conmemorar la memoria de los más de tres millones de caídos. Tres millones, que se dice pronto. Estamos hablando de hace 62 años... Y encima piden perdón por todo el daño que ocasionaron.

Ellos piden perdón, pero aún no he oído a un puto yanki decir lo mismo... Me cabrea, me cabrea mucho que sólo los japoneses y los alemanes pidan perdón. Sí, asesinaron, es evidente. Sí, Alemania cometió un acto de barbarie sin igual. ¿Sin igual? Yo pensaba que los campos de exterminio mostraban lo peor del alma humana, pero me equivocaba. Lo peor del alma humana me lo encontré en Hiroshima.

Fuimos casi por casualidad, como parada rápida y porque quedaba cerca de otros destinos. Pero la vista del Domo de la Bomba Atómica cambió mis percepciones de la Guerra. No pretendo defender el fascismo ni mucho menos. Pero lo que jamás defenderé ni comprenderé es la matanza cruel e indiscriminada de millones de personas, de civiles, de hombres, mujeres y niños que simplemente vivían en una preciosa ciudad. El uso de un arma tan brutal. Ese día, los americanos dejaron de ser personas, pasaron a ser menos que animales, vulgares bestias. Antes los odiaba, eran zafios, ruidosos, mezquinos, incultos, bárbaros... Desde ese día los desprecio como desprecio a las cucarachas que me cruzo por la calle. Hoy hace 62 años que arrodillaron al mundo bajo su bárbara bota. Del peor modo posible.

El silencio que reina en aquel lugar de muerte, las piedras aún quemadas, los rastros de la destrucción que ni el tiempo ni la lluvia han podido borrar. Las flores frescas que aún ponen, las pajaritas de papel que simbolizan el sufrimiento de una adolescente. Todo pone el vello de punta. En aquel lugar sólo puedes sufrir y odiar. Sufrir por lo que pasó y odiar a quien fue capaz de hacerlo, no una, sino dos veces. No vale la excusa de que no sabían los efectos, lo sabían y demasiado bien.

Por suerte, no pudieron con Japón, que pocos años después volvía a levantarse tan majestuoso y orgulloso como antaño. No pudieron quemar los delfines de Nagoya, no pudieron vencer el espíritu de los kamikazes, sacrificando su vida por la gloria, por matar a un enemigo inferior que se basa en armas tan indignas como la bomba atómica para poder ganar una guerra. Hoy Japón ha guardado un minuto de silencio y ha pedido, de nuevo, perdón. Ojalá los yankis aprendieran.

Dejo una foto que aún ahora, a través del monitor, me hiela el alma. No debemos olvidar. Pasen 62 o 100 años, no debemos olvidar. Ni perdonar.


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