22 junio, 2008

Primera imagen: El Moisés de Miguel Ángel

Empezamos sin duda con un plato fuerte, el fantástico Moisés que adorna la tumba de Julio II en San Pietro in Vincoli, en Roma.


Julio II fue un Papa de los llamados "guerreros", preocupado en acrecentar el poder de Roma, en extender los dominios de la Ciudad Santa frente a las otras repúblicas italianas que pujaban por el poder. Era pues, un hombre de gran carácter, o esa es la imagen que nos ha llegado de él. ¿Qué tipo de relación podría tener este hombre, el hombre más poderoso de la cristiandad, de gran carácter, con un vulgar artista que no doblaba la rodilla ante nadie y que no vendía su arte? Sin duda, explosiva.

La relación entre Miguel Ángel y Julio II ha hecho correr ríos de tinta, pero sin duda, fue este Papa el que consiguió sacar al mejor Buonarroti. La Capilla Sixtina y, sobre todo, la tumba papal y todas las figuras que para ella se hicieron son el resultado de esta relación. ¿Otra persona podría haber conseguido lo que consiguió el Papa della Rovere?

Lo que es cierto es que Miguel Ángel fue un genio, para mí, el mayor genio de la historia del arte. Muchos hablan de Bernini, de su capacidad para hacer que la piedra sea carne, pero Bernini no habría existido sin el florentino, y desde luego, éste tiene una fuerza, una expresividad, una pasión, una terribilitá en definitiva que no tiene Bernini.

Pero es normal que guste más Bernini, es más amable, más dulce, más suave aún en imágenes de rapto. Mirar a los ojos del Moisés es encontrarse con dios, con toda su ira, y eso no gusta. Mirar las imágenes de Dios en la capilla Sixtina es sentirse pequeño bajo su mirada, es saberse observado por el mismo Jahvé, y éste no es benévolo. Es normal que Miguel Ángel no guste tanto, porque muestra la parte menos amable de la divinidad. Sin despreciar a Bernini, por supuesto, es otro genio, pero que jamás podrá estar por encima del florentino.

La tumba de Julio II pasó de ser terriblemente monumental, a quedar en un pálido reflejo del proyecto inicial, pero esto también forma parte del genio. Sus contínuas huídas a Florencia, sus miedos, sus paranoias, su inconstancia. Miguel Ángel no fue el trabajador perfecto, pero precisamente por eso es el mejor artista de todos los tiempos. Esta es la eterna duda entre Mozart y Salieri, entre el genio y el trabajo. Yo me quedo sin lugar a dudas con el genio, con ese genio que impulsó al artista a pelear contra la roca hasta el mismo día de su muerte, a tratar de liberar el espíritu de sus figuras de la terrible envoltura que las aprisionaba, a liberar su propia alma mediante la lucha constante contra la piedra. Miguel Ángel tenía todo eso, y más.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me parece muy atractivo el escrito y las metaforas que crea en alguna de la partes ...pero creo que estonces ese no seria el titulo para el,habla muy poco del moises