Es extraño mirarse al espejo y no reconocerse, contemplar a una completa desconocida. Buscar y rebuscar las líneas conocidas, los colores, y ver que todo es igual, pero nada es como siempre. Comprobar como todo ha dejado de estar en su lugar, donde siempre estuvo, y aunque parece seguir ahí, el ojo experto, la mirada concienzuda, descubre que no es así. Que sólo es un engaño, un enigma, una mentira.
Nada es igual, nada puede serlo. Nunca nos bañamos dos veces en el mismo río. E incluso, no es el mismo río mientras estamos sumergidos en él. Pero un día te levantas esperando encontrar esas cosas que siempre han estado ahí, aunque sabes que no es del todo así, y no están. Y no sabes qué hacer, no sabes si te gusta o no el nuevo orden. Da miedo, alegría, miedo, esperanza, miedo, orgullo, mucho miedo.
Y cierras los ojos esperando que al abrirlos todo haya sido un sueño. Porque el abismo se abre a nuestros pies y no sabes qué habrá después. Puede ser bueno, pero un click en tu cabeza dice que no lo será, que nunca nada bueno puede pasar, o que si sucede, será inmediatamente seguido de una catástrofe que haga que no merezca la pena. Y temes, y quieres volver a tu otro yo, ese que aún sientes real. Ese que nunca lo fue. Y descubres, en un destello de total cordura, de absoluta clarividencia, que las cosas nunca volverán a ser como eran.
Para bien o para mal estás condenado, no hay salida. Y sonríes, tratando de encontrar en ese gesto algo familiar, las arrugas en los ojos, los dientes, los pómulos. Y es sútil, parece que todo está bien, pero no es así. Y vuelven a aparecer las diferencias. Es como un cuadro trampa, de esos de qué ves aquí, una vieja o una jovencita. Una vez que descubres las marcas, los signos, las evidencias del cambio, es imposible volver a ignorarlas. Se quedan, se establecen en tu espejo y resurjen cada vez que te asomas a él, haciéndote incapaz de controlar la imagen que te devuelve.
Y sólo quedan dos salidas. Llorar por lo que fue, o asumir que todo cambia. Memento mori. Y ahí vuelven las dudas. Así que despacio, lentamente, sin que nadie lo note, decides que vas a hacer tuyos los cambios, que los vas a convertir en tradición, en tu nuevo yo. Así, tal vez, nadie más los note. Esperas hacer pasar por verdad esa nueva realidad, mentir, engañar, esconder.
Y un día... nada. Desaparece. Y sólo quedas tú a ese lado del espejo. Vacío, real, lo que eres, lo que siempre has sido. Y lloras, desconsolado.
1 comentario:
Hacía mucho que no escribía nada que no fuera "autobiográfico"... me apetecía salir un poquito de mi propia piel. Aunque no sé por qué sale aquí ahora, lo escribí hace días :S
08 de junio de 2010, 7:53
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