26 septiembre, 2011

Re-encontrarse con viejos amigos

Esa es la sensación, ni más ni menos, cuando cojo un libro de Martin de la saga de Canción de Hielo y Fuego. He terminado hace unos días la quinta entrega (tranquilos, nada de spoilers :P), en inglés, y la verdad es que, aunque prefiero leerlo en el idioma de Cervantes... pues el ansia me puede y no espero :P.

Que me gusta leer es algo que creo que queda claro, jejejeje. Pero es que este hombre... este hombre tiene un modo de escribir que me vuelve loca. Esa capacidad para crear personajes complejos y humanos, con luces y sombras, esa habilidad para llevarte por dónde él quiere, haciendo que odies o adores al mismo personaje tan sólo con unos capítulos de diferencia, esas historias de folletín que se saca de la manga... Ufffff, si es que lo tiene todo.

Después de cinco libros, cada personaje es casi como de la familia. Me veo capaz de anticipar sus reacciones, de saber qué les mueve, sus palabras llegan a mí como frases de viejos amigos... y eso es lo que son. Cada revés se convierte en un palo casi físico, cada triunfo de los favoritos (todos tenemos favoritos, claro :P) es un motivo de alegría.

Normalmente, por mucho que me guste un libro, no consigo identificarme tanto con los personajes. Son historias que les pasan a otros, que leo casi como un voyeur que no debería estar allí. Pero hay un pequeño grupo de autores que consigue llegarme. Tolkien, Pérez-Reverte (sobre todo con el viejo Capitán), y Martin, sobre todo Martin. Y la verdad es que eso lo valoro increíblemente. Ese disfrute de leer página tras página, de ver avanzar con cordura y lógica las cosas, aunque se vuelvan locas y la situación se vaya de madre. Es eso lo que le falta, por ejemplo, a historias como las de Harry Potter o incluso a Dune. Una visión global, un saber a dónde vas, aunque como el propio Martin reconoce, sus personajes tienen vida propia y toman el control llevándole por otros derroteros distintos a los que él tenía pensados. Pero sí que sabe dónde quiere ir a parar, la idea está ahí, no se saca hechizos de la manga y giros de la trama sin sentido.

Siempre he dicho, desde que lo descubrí, que Tolkien era mi Dios. He leído El Señor... pffff, ni siquiera podría contar las veces, pero una vez al año mínimo cae. Sin embargo Martin está ahí ahí, haciéndole una dura competencia. Tanto, que ni siquiera sé cuál de los dos me gusta más ahora mismo, y eso ya es decir mucho. Muchísimo. ¿Tolkien destronado? Ufffff...

Pero ahí estoy, alucinando desde hace días del pedazo de libro que he tenido el placer de disfrutar, del modo magistral que tiene de utilizar el lenguaje para darle a cada personaje su personalidad, de las frases tan impresionantes que se marca... Pero claro, un tío capaz de parar la impresión de su novela para cambiar una sola frase es lo que tiene, que escribe libros perfectos.

No conozco a nadie, a nadie, a quién no le haya gustado Canción de Hielo y Fuego, es increíble. Se lo he recomendado a todo el mundo a mi alrededor, y todos se han flipado. Hasta mi madre (que es una lectora voraz, pero de otra generación). Da igual qué tipo de literatura guste más, Tronos siempre triunfa. Y eso es algo que muy poca gente puede decir. Es el regalo perfecto, sabes que con Tronos aciertas seguro.

Y yo... yo tengo ganas de leer. Y no sé el qué, porque el listón está jodidamente alto después de estar danzando con dragones. ¿Empiezo con El Señor? ¿O caigo en la tentación y comienzo a conocer a los Stark y a los Lannister de nuevo? Ufffff, complicado, complicado... Por ahora, me dedicaré a mis brujitas, pero...

Gracias, señor Martin, por regalarnos esta joya.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En muchos aspectos, los objetos artificiales son más perfectos que los reales puesto que no degeneran: los animales eléctricos no enferman y los androides humanos parecen más conscientes de la importancia del concepto de humanidad que los propios hombres.

¿Es un libro un objeto artificial?¿Y nuestra lectura?

Un viejo amigo.

Arwen_mge dijo...

Me ha dejado con la curiosidad de saber quién es usted... Pero en cualquier caso, los viejos amigos siempre son más que bienvenidos por aquí.

La perfección siempre es un concepto inquietante. ¿Qué somos sin nuestras imperfecciones?