10 abril, 2008

Qué cojones tiene Esperanza Aguirre...

Pues sí, qué cojones calza la moza... o el Gallardón, que a estas alturas a mí me da lo mismo.
Os pongo en situación:

8:15 de la mañana de un jueves (pero perfectamente es extrapolable a cualquier día de la semana). Llego al metro, Línea 7. El andén lleno. Pienso... "Vaya, el metro tiene que estar al llegar". Miro el luminoso del tiempo. Faltan 5 minutos para que llegue. Esto, espera que me he perdido.. ¿faltan 5 minutos? ¿En serio? ¿Pero cuánto hace que ha pasado el último?

Pues nada, 5 minutos (largos) después, llega el metro, atestado. Pues allá que nos metemos como podemos los chorrocientos que estamos esperando en el anden. Vamos, me siento como un judío, igualito... apelotonado, con calor y sed, oliendo la humanidad asquerosa, y de camino al infierno, o a mi trabajo, que para el caso...

Pues ahí estoy yo, estoica, con mi libro, apoyada en la puerta. Entra un grupo de cuatro (rumanos, para más señas) y llega una y tiene dos opciones para agarrarse. O poniendo el brazo delante de su amiga, o poniéndolo delante mía, impidiéndome leer y regalándome una maravillosa vista en primer plano de su sobaco... Evidentemente, ha escogido la segunda... Pues nada, ante mi sonoro ¡Joder! y mi perfecta acomodación del libro y todo el peso de mis brazos apoyados en el suyo, ha recapacitado y se ha colocado como cualquier persona con dos dedos de frente haría. Probablemente pensando en que soy una xenófoba, sin reparar que a mí, en cuestión de sobacos, me la pela de donde vengan, pero no me los pongas en la cara, que no trabajo para Sanex...

Pues nada, dos paradas más y entra un padre (sudamericano) con su hijo de unos 4 años... Y se coloca delante mío, con el niño entre los dos... Yo ya no sabía si cortarme las venas o dejármelas largas... Pues mira, malpensada yo. El niño, aparte de los movimientos lógicos en un niño, se ha portado de puta madre. Prácticamente no me ha incordiado (prácticamente porque tal y como iba el metro, con respirar incordiabas a alguien), y las pocas veces que ha hecho algo mínimamente molesto, el padre lo ha evitado ipso facto pidíendome perdón... Joder, a ver si aprenden todos los padres, sobre todo esos putos españolitos que se creen que su hijo es Dios por haber nacido en este país y tener como padres a dos capullos...

Bueno, conseguimos llegar a la parada donde se baja todo el mundo. Puta madre, esto ya pinta bien. Yo sigo ahí, debatiendo si es mejor llevar los ejércitos ante la Puerta Negra o es preciso seguir el consejo de la prudencia y abandonar toda esperanza de... ¡pisotón! Pero me cago en la madre que te parió... Una buena muchacha, de unos 18 añitos (supongo, es que el maquillaje no me dejaba ver más allá), con unos tacones del quince, que va todo mona andando por el metro sin sujetarse a nada, porque claro, eso le rompe la línea de su vestuario, que claro, en el primer vaivén del metro ha perdido el equilibrio y ha venido a por mí, directita a mi pie y a mi libro. El libro lo he salvado (he estado rápida de cojones) pero el pie ha sido imposible... Tras otro sonoro ¡Joder! y que la tía no se dignara ni a pedir perdón (mis Converse y mi camiseta guarra no están a la altura de su dignidad) se ha seguido bamboleando por el vagón de metro... Nena, estás equivocada, eso no es movimiento sexy de caderas... esto es gilipollez...

Vale, llego a mi parada. Salgo, cambio de línea. Llega el metro, hasta arriba también (¿pero qué coño pasaba hoy?). Cuatro paradas y al curro, sin problemas, a tiempo y todo. Casi bendigo mi suerte, casi... hasta llegar a la salida.

Y allí ¿qué me encuentro? Un cartel de Metro de Madrid que dice lo siguiente:
"¡Únete a la ginkana de la Línea 3 de Metro! ¡Vive la aventura de Metro de Madrid!"

Encima con recochineo... Hijos de puta ¬¬

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