21 marzo, 2010

Roma III

Este día se presentaba también importante, en primer lugar, porque era San Valentín ^_^. Y este día en Roma, pues como que tiene otro color. A mí me hace siempre gracia la gente que se queja de que odia esta fiesta, que es un invento de los centros comerciales, y que no necesita un día para declararle su amor a su pareja... Sí, generalmente son los mismos que están solteros y no es por voluntad propia. A mí no es que sea uno de mis días favoritos del año, básicamente me da un poco igual. Pero siempre lo celebro, y si puede ser en Roma, mejor que mejor.

Así que el día de San Valentín comenzó como todos los demás, con una madrugada de impresión. Levantándonos a las 6:30, desayunando a las 7:00 y saliendo para Termini a eso de las 7:30. Todo organizado, todo medido :P. Más o menos, jejejejeje.

La primera parada fue en la Piazza Barberini, donde vimos la estupenda fuente del Tritón, de Bernini. En este viaje he aprendido no sólo a adorar a Miguel Ángel como mi dios, sino a apreciar al gran maestro Bernini. Vale, soy más del genio florentino, peeeeeeeero hay que reconocer que Bernini es increíble también. Pues bien, esta fuente es curiosa, así que nada, fotillos a la misma y a seguir camino hacia la Fontana di Trevi, que no es que fuera una de las cosas que más me apetecían ver, pero estar en Roma y no verla hubiera sido para matarnos.

Lo bueno de Roma es que es una ciudad de tamaño muy pequeño, así que se puede ir andando a casi cualquier parte ^_^. Y allí nos fuimos, a la Fontana más famosa de la historia, a hacernos unas fotillos, tirar una monedita y pedir por volver a Roma :).

Después, de camino a la Piazza Spagna, pasamos por Sant'Andrea Della Fratte, y su maravilloso campanile obra de Borromini. No entramos porque íbamos con el tiempo justo y lo que más me interesaba era esta pieza de piedra blanca, super difícil de fotografiar, por cierto, ya que está a gran altura y las calles laterales son estrechísimas...

Y así llegamos hasta la famosa Piazza Spagna... Vale, tampoco era de mis cosas favoritas. No es que me molara mucho, pero al menos, la fuente de la Barcaccia se sale!!!! Otro gran clásico de Bernini :)
 
 Le faltaban todas las flores que la adornan normalmente, pero yo lo agradecí porque eso deja la vista mucho más limpia y es más fácil hacerse una idea de la arquitectura de las escaleras. Además, al ser muy temprano, no es que hubiera mucha gente :).

De aquí, y tras un breve paseo, nos dirigimos a la Piazza del Popolo. Era uno de los sitios que más me apetecía ver, porque me encanta el urbanismo de esta plaza. Las dos iglesias gemelas, el obelisco central, las grandes vías que parten de ella y que crean una perspectiva alucinante de la ciudad... Todo me apetecía un montón, y la verdad es que no me defraudó para nada. Es una plaza maravillosa, y además, como estábamos en carnavales, tenía muchísima vida.

 La verdad es que terminé encantada con esta parte del viaje, me parecía un lugar chulísimo. Después, teníamos que salir por la Porta Flaminia para recorrer toda la vía del Corso extramuros y llegar así a la Porta Pía. Pero antes, una pequeña parada en la basílica de Santa María del Popolo, para ver este maravilloso monumento funerario que tanto me impresionó cuando lo ví en libros... Al natural es aún mejor.

Lo que no pudimos ver y me quedé terriblemente con las ganas, es la capilla Chigi... Cuando estuvimos había misa y estaba todo cortado, así que nos fue imposible... Pero bueno, son esas pequeñas cosas que nos van a obligar a volver a Roma muy muy pronto, jejejejejejeje.

Tras salir por la Porta Flaminia, nos encontramos en la entrada del Parque Borghese. Aquí teníamos dos objetivos muy claros. Uno lo cumplimos y el otro no :P. El primero era ir a la Villa Giulia y disfrutar de su maravilloso Ninfeo. El otro, ir a la Villa Borghese y disfrutar de las esculturas de Bernini. El primero fue todo un éxito, el segundo no porque nos obligaban a dejar todo lo que llevábamos en consigna y eran muchas cosas a estas alturas del día, incluída la cámara de la cual no se hacían responsables... Una pena, pero prefiero volver otro día de otro modo y así no arriesgar a que le pase algo a mi cámara adorada...

Pero vayamos paso a paso. Lo primero que hicimos fue dar un paseo tranquilo por el parque, disfrutando de la tranquilidad y la paz que se respiraba, mientras nos acercábamos a la Villa Giulia. Una vez dentro nos enteramos de que como era San Valentín, si íbamos en pareja (nuestro caso), sólo uno pagaba entrada. Nos encantó la idea, y tras asegurarnos de que se podía visitar el Ninfeo, entramos en el museo etrusco. He de decir que de arte etrusco no vimos casi nada, porque no nos gusta, y la idea era disfrutar de la maravillosa villa. Os dejo unas fotos, pero no le hacen justicia. Es uno de mis sitios favoritos de Roma.

 Y, como digo, después de disfrutar de esta maravilla casi para nosotros solos, nos encaminamos a la Villa Borghese o Galleria Borghese, donde no pasamos de la puerta, por el cabreo de tener que dejar las cosas. Pero foto sí que hay del exterior ^_^.

Y aunque pudiera parecer que ya estaba siendo un día bien cargado, la verdad es que no era más que la hora de la comida. Aprovechamos el cabreo de no poder entrar para estar tranquilos en el parque, comer unos sandwiches, y reponer fuerzas para continuar con todo lo que teníamos previsto. Por lo pronto, salir del parque, caminar por la Via del Corso y llegar así hasta la Porta Pía, realizada por Miguel Ángel.

Cuando llegamos a la puerta yo me llevé un susto considerable, porque la Porta Pía que tenía ante mí no se parecía en nada a lo que yo había visto en fotos. Me entró la paranoia de pensar que a lo mejor la de Miguel Ángel estaba en Florencia o algo así... En fin, eso sí, yo callada y diciendo que bien bonita era la puerta...

Yo ya digo, lo iba flipando, peeeeeeero, como teníamos que cruzar la puerta para seguir con nuestra ruta, pues no dije nada. Y al cruzarla y darme la vuelta... ¡¡tachán!! Ahí estaba la "auténtica" Porta Pía, la realizada por Miguel Ángel, la que yo tanto había estudiado y que tanto me gustaba. El suspiro de alivio creo que fue sonoro, porque era algo que tenía muchas ganas de ver. Así que nada, nos quedamos un ratito babeando la puerta, disfrutando del gran genio.

Preciosa, la verdad. Me parece increíble...

Desde aquí fuimos a la Piazza della Republica, una de las más grandes de Roma. En esta plaza está la iglesia realizada por Miguel Ángel de Santa Maria degli Angeli e dei Martiri, construida sobre las termas de Diocleciano, el edificio más grande de toda la Antigüedad.

Cuando uno entra en un edificio, lo que jamás espera sentir es agorafobia. Pues en Santa Maria se siente, es impresionante. La altura de las naves, las enormes ventanas termales, todo... Y eso es tan sólo una parte de las antiguas termas. Imaginar ese monstruo urbano hace que tengas una idea muy clara de lo que fue Roma, de lo que representó para el mundo. Imaginar al muchachito de provincias que llega por primera vez a la urbe y va a las termas a darse un baño y encontrarse con eso... Dios, tenía que ser majestuoso. Aún hoy, lo es, a pesar de las reformas. Ni que decir tiene que, evidentemente, era imposible coger con la cámara una perspectiva que diera idea del tamaño real del edificio.

Después del encuentro con el genio del S. XVI, tocaba seguir maravillándonos pero esta vez con el genio del S. XVII. Como por la mañana no habíamos podido ver a Bernini en la Borghese, lo veríamos por la tarde en Santa Maria della Vittoria, pequeña iglesia donde se encuentra la Capilla Córnaro y su escultura más famosa, el éxtasis de Santa Teresa.

En esta iglesia tuvimos un momento raro. Entramos a la sacristía a comprar unos caramelos, y a la salida, había una mujer joven llorando en la iglesia, ella sola. Impresionaba, rodeada de tanta belleza, de tanto guiri y turista haciendo fotos, verla allí, en aquel lugar, haciendo lo que se supone que uno va a hacer a una iglesia, buscar consuelo. Y a la vez, tan desconsolada. Hicimos lo único que podíamos hacer, marcharnos y devolverle a esa mujer su iglesia, que no fuera un museo, sino el lugar que ella quería que fuera.

Tras una breve visita a Santa Susana, de Maderno:

tocaba pasear, esta vez con todo el tiempo del mundo, por el interior de la primera basílica de Roma, Santa Maria Maggiore. Llegamos por la parte del ábside.

Y después, dimos toda la vuelta por el exterior para entrar por los pies, como debe ser. Estaba deseando ver ese artesonado del techo, tan peculiar, y la verdad es que es impresionante. Todo en Roma tiene un tamaño XXL... nada allí es pequeño si se trata de arquitectura religiosa, nada es "discreto" aún siendo obras renacentistas. El oro, los pórfidos, los mármoles... es increíble y apabullante la riqueza que despide hasta el más mínimo rincón. El tamaño de las columnas, de las cúpulas... dejan a cualquier catedral gótica española a la altura del betún.

El baptisterio también es espectacular.

Y no hay que olvidar que en esta basílica reposan los restos del gran Bernini :). Con una inscripción en la piedra que dice "La noble familia Bernini en este lugar, espera la Resurrección".

 Y ya, por fin, nos quedaba la última parada de este día, que ya iba siendo hora y nuestros cuerpos no daban más de sí. Pero era una última visita de altura, San Giovanni in Laterano, la catedral de Roma. Está algo lejos de Santa Maria Maggiore, y la verdad es que yo casi me arrastraba por el camino, peeeeeeeeero, mereció la pena, no lo voy a negar :).

Llegamos primero por la parte del testero, y vimos la preciosa plaza de San Giovanni in Laterano. La verdad es que es un poco obsesivo lo de los romanos con los obeliscos, pero bueno :P.

La verdad es que, con razón, es la catedral. El techo es impresionante, y las enormes esculturas de las hornacinas laterales de la calle central... buenísimas. Y el claustro también es una maravilla, aunque en eso sí, les ganamos ¿eh? :P

A la salida, ya casi anocheciendo, unas fotos a la portada principal, a la Scala Santa (que sólo se puede subir de rodillas por los penitentes) y tras un descanso merecido en un banquito disfrutando de la puesta de sol, volver a casa. O al hotel, como siempre, andando hasta Termini.

La vuelta hasta Termini se me hizo eterna, creo que es el día que más cansada he llegado. Como hicimos la noche anterior, paramos a comer en una pizzeria al peso. Era una maravilla y tenía una pizza de cordero absolutamente deliciosa (aunque a primera vista, no suene de lo más apetitoso...). La llevaba un egipcio callado y seco, pero eficiente, que nos atendía de un modo genial. Nos daba lo que queríamos, nos cobraba y no nos molestaba en el rato que tardábamos en cenar. Una maravilla. Y la pizza... ayssss, en momentos como este echo de menos mi antiguo estómago Y_Y.

Tras la cena a base de riquísima pizza, metro, autobús, hotel, ducha y a etiquetar las fotos. Y después, un sueño reparador, que al día siguiente había que madrugar para aprovechar las últimas horas en la Ciudad Eterna. Por fin nos íbamos a encontrar con la parte más clásica después de tantos problemas ^_^.

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